Este artículo forma parte del Libro “La Empresa Familiar: Reflexiones entre un empresario y su hijo” escrito y vivido por Francisco (Quico) Blanes Monllor fundador de Crecer Talento. En él narra su experiencia vital como empresario de cuarta generación en su propia empresa familiar, como directivo posteriormente, en diversas empresas, y por último, como consultor y coach en la empresa que él mismo fundó y que es hoy Crecer Talento. Si quieres conocer y tener una fuente de aprendizaje e inspiración puedes conseguir el libro en este enlace.
El endiosamiento del directivo: el traje del emperador
Había empezado años atrás a colaborar con el fundador de una empresa con el objetivo de ir preparándola hacia un relevo generacional que, aunque deseado, no se preveía sencillo dada la personalidad del padre.
El relevo generacional
El fundador era una persona hecha a sí misma, con una necesidad de logro inmensa que le hacía desarrollar su inventiva, bien para innovar, bien para emprender. Aunque era caótico en su organización personal, tenía una gran capacidad de trabajo, pero, sobre todo, era consciente de sus limitaciones y siempre buscaba los mejores profesionales para cubrir aquellas carencias que él entendía que tenía. Ese conocimiento de sí mismo y la humildad que llevaba consigo, habían favorecido el desarrollo fructífero del negocio. Sin embargo, con el tiempo se volvió desconfiado, y esa cuestión podría ser un hándicap para dar el relevo a la nueva generación.
Desde mi experiencia he podido constatar que el fundador habitualmente quiere hacer el relevo generacional desde la racionalidad, ya que las cuestiones referidas a la edad son evidentes y palpables. Por otra parte, en el día a día se impone la emocionalidad, y esta no siempre quiere «soltar» las riendas de la empresa, puesto que la unión sostenida durante años con ella tiende a ser muy fuerte, sólida e íntima.
La experiencia me ha enseñado que para que un proceso de relevo generacional como este se desarrolle con éxito se requieren varios factores que, aunque antagónicos, son imprescindibles:
- Es necesario que el padre sea consciente de lo que quiere hacer y esté dispuesto a apostar por ello, pero no a cualquier precio.
- Se necesita de un hijo/a dispuesto a asumir la responsabilidad de coger el testigo, pero tampoco a cualquier precio.
Como he mencionado con anterioridad, es relativamente normal que en un proceso de esta índole haya ciertas reservas por parte del fundador y padre del sucesor. Él ha visto a su hijo crecer desde pequeño, y durante buena parte de su vida le ha estado diciendo lo que tenía que hacer, pero la realidad es que el «niño» se ha ido haciendo mayor y el padre va tomando conciencia a duras penas de que su hijo ya tiene criterio propio e incluso va viendo que en determinadas cuestiones el hijo sabe bastante más que el padre.
No siempre es sencillo asimilar este tipo de situaciones por parte de un padre acostumbrado a ser la figura dominante, pero con paciencia, constancia y humildad, poco a poco se puede ir consiguiendo, siempre que sepa poner límites a la desconfianza natural que se siente hacia el hijo. Desconfianza que viene alimentada no solo por saber si podrá, sino, sobre todo, «porque, si lo veo capaz, yo sobro», se dice el padre para sí.
En el proceso vivido en este relevo generacional el padre actuó basándose en las premisas apuntadas anteriormente, pero el hijo, aunque técnicamente muy competente, en la faceta de interrelación con el padre siempre se sintió apocado, y nunca le puso límites de forma efectiva a los desatinos que a veces el padre cometía, se limitaba a manifestarle su malestar con «la boca pequeña» y poco más.
El padre, de manera inconsciente y de cara a compensar los desencuentros que se iban suscitando con el hijo, empezó a «comprar» sus afectos por medio de compensaciones económicas tales como una cesión de un porcentaje de las acciones de la compañía, un aumento de sueldo, una casa, etc. Esto hizo que el hijo adoptara una disposición explicada en el refranero español por medio de la famosa expresión «Dame pan y dime tonto», de manera que las diferencias entre padre e hijo seguían existiendo, pero ya apenas se manifestaban porque el segundo no las exponía: había renunciado a su yo.
Pasó el tiempo y lo cierto es que, bien por aciertos propios, bien por el trabajo y las bases previamente realizadas y establecidas por el padre, la compañía fue creciendo de forma rentable tanto en el mercado nacional como, sobre todo, en el internacional, situándose en una zona privilegiada del ranking de su sector y siendo una referencia en el ámbito social de su entorno.
Los éxitos siempre son difíciles de digerir, sobre todo si no hay una consistencia personal que facilite su asimilación. No me canso de repetir lo que Toni Nadal le decía a su sobrino Rafa Nadal a fin de que fuera cabal a la hora de convivir con el éxito: «No pienses que por pasar una pelota por encima de la red, ya eres alguien en la vida». En el ámbito empresarial sucede lo mismo: «No pienses que por hacer unas buenas cifras, ya eres alguien en la sociedad». Serás alguien cuando tu trayectoria personal te avale, y para eso tu personalidad tiene que estar muy bien formada y asentada, cosa que no era el caso.
Lo cierto es que ese éxito, como dicen vulgarmente, se le subió a la cabeza al hijo, quien adoptó una posición narcisista y endiosada disfrazada de una aparente sencillez hacia el entorno que lo rodeaba. Esa disposición personal provocó en él que intentara imitar, cuando no copiar, lo que otras compañías mayores y de referencia para él hacían, tuvieran o no sentido esas prácticas en su empresa, por ello, cuando le oí comentar al hijo las excelencias del discurso que había oído a un conocido «gurú» empresarial, no me extrañó lo más mínimo.
Lo que de él, de sus enseñanzas y reflexiones me contaba no era nada nuevo para él, sino más bien algo que formaba parte de aquello denominado «sentido común» y que, en cualquier caso, se lo llevaba diciendo desde mucho tiempo atrás. Además, este hijo, ahora consejero delegado, también iba oyéndolo de boca de otros colaboradores suyos desde hacía tiempo.
Los falsos referentes: el fenómeno del «gurú»
Me pregunté: «¿Qué es lo que hace este «gurú» para que sea percibido por él como algo distinto y novedoso?». Y entonces pude entender que no era más que la «fama» que como «gurú» empresarial tenía entre determinado nivel de directivos y determinadas compañías.
Así como hay «peluqueros de las famosas» y «decoradores de la jet set», también hay «gurús» para determinados estatus empresariales. Fue entonces cuando me acordé de aquel célebre cuento infantil de Hans Christian Andersen titulado El traje nuevo del emperador y que de forma resumida dice algo así:
Hace muchos años había un emperador tan aficionado a los trajes nuevos que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia, llegando al extremo de dejar sin atender asuntos de Estado por ellas.
Llegaron a la ciudad donde vivía el emperador dos truhanes que se hicieron pasar por excelentes tejedores y que presumían de que las prendas por ellos confeccionadas, aparte de ser hermosísimas, tenían la virtud de pasar desapercibidas por gente que no fuera apta para altas responsabilidades o que fuera directamente estúpida.
El emperador enseguida fue engatusado por semejante apreciación y mandó confeccionar para sí la más hermosa de las prendas jamás tejida, anticipando para ello una buena cantidad de dinero.
Pasado un tiempo y con el fin de supervisar el avance de la confección de la prenda, el emperador envió a dos personas de forma escalonada. El primero de ellos fue atendido por los dos truhanes, que le enseñaron el supuesto tejido y telares donde se estaba confeccionando el traje del emperador, sin embargo, por más que el emisario se esforzaba, no alcanzaba a ver nada. No obstante, para no ser tenido como incompetente o estúpido, decidió hacer como que había visto algo asombroso, y así se lo transmitió al emperador. El segundo de los emisarios hizo exactamente lo mismo.
Cuando llegó la prueba definitiva del traje con el emperador, sucedió que este observó que la supuesta prenda tan asombrosa y maravillosa que los truhanes de forma detallada le iban describiendo él no alcanzaba a verla, pero pensó que, si sus colaboradores cercanos la habían visto, quizás el incompetente o estúpido era él, por lo que decidió hacer como que la veía, de manera que se desvistió y, quedándose desnudo, se hizo poner el inexistente traje, siendo asistido para ello por sus ayudantes de cámara, los cuales, por no ser igualmente tenidos por incompetentes o estúpidos, le siguieron la pantomima.
Cuando salió a pasear por la ciudad, todo el mundo se fijó en la desnudez del emperador, aunque, también para no ser tenidos por estúpidos vasallos, todos a una proclamaron su admiración por tan excelsa vestimenta. Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del monarca había tenido tanto éxito como aquel.
—¡Pero si no lleva nada! —exclamó de pronto un niño.
—¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! —dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
—¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
—¡Pero si no lleva nada! —gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; más pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Siguió más altivo que antes y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola de aquel traje.
¿Qué moralejas podemos extraer de tan preciado cuento? Pues hay varias y todas ellas son simples y sencillas como es la inocencia del niño que, desde la naturalidad, se atrevió a decir lo que era obvio. Veamos alguna de ellas.
Asemejo la figura de los truhanes a una buena parte de los actuales «gurús», como el que mencionaba con anterioridad. Esas figuras no pueden existir sin la complicidad implícita o explícita de los demás. En el caso de la fábula porque existía un pueblo vasallo y temeroso de su emperador, en el caso que nos concierne porque existían unos colaboradores de este consejero delegado que seguramente descubrirían la «desnudez» de tales consejos sin decir nada al respecto.
Peter Drucker, excelente pensador empresarial, definía la palabra «gurú» como una término inventado por los propios periodistas para evitarse escribir algo tan largo como «charlatán de feria».
Al final, la autenticidad de un «gurú» se mide no por lo que dice, sino por cómo vive, y la mayoría de ellos no lo hace conforme a las enseñanzas que predica, con lo cual no dejan de ser unos «cantamañanas», que solía decir mi padre.
Decía Séneca: «Elige a tu maestro por lo que en el vieres, no por lo que de él oyeres» o, como decía mi querida M. J. Aroca: «Lo que hago ha de ser coherente con lo que Soy» y esa es la principal fuente de fuerza e inspiración, el ejemplo.
Pero podemos preguntarnos: si eso es así, ¿por qué hay tanto auge de dichos «gurús»? Muy sencillo, porque en el fondo andamos deseosos de cambiar… ¡sin cambiar NADA!, ya que buscamos soluciones que no nos comprometan, porque de nuestra zona de confort no estamos dispuestos a salir, por mucho que nos incomode estar en ella, y si además tenemos una serie de acólitos que nos dan palmadas por tan fantástico descubrimiento y por tan fantásticas enseñanzas oídas de boca del famoso «gurú», pues tanto mejor nos quedaremos.
Igualmente, otra de las reflexiones que se pueden hacer, gira entorno a la figura del emperador. ¿Qué es lo que hace que, aun sabiéndose desnudo, prosiga con la farsa? ¿No tiene la suficiente entereza personal como para deshacer el entuerto de forma fulminante? ¿O quizás, humildad como para saberse en el error?
Otro tanto lo podemos hacer con respecto al pueblo, que no está dispuesto a contradecir a su emperador… ¡En fin!
Pero lo asombroso es que siempre existirá la voz interior de nuestra conciencia que nos gritará al oído, como el niño en el cuento: ¡¡pero si estás desnudo…!! Solo resta de nosotros dilucidar si queremos escucharlo o si, por el contrario, queremos seguir permaneciendo en el engaño.
Esta vivencia me llevó a recordar lo vivido en primera persona bastantes años antes, cuando los éxitos conseguidos hicieron que me deslumbrara, que me alejara de la realidad que me rodeaba y que pensara que la «corte celestial» que en esos momentos siempre te rodea era tan real como el traje del emperador de la fábula que acabamos de leer. La capacidad de escucha se ve tan menguada por uno mismo que no es capaz de discernir las voces de los aduladores de aquellas que nos invitan a salir de la falsa realidad en la que uno mismo se sumerge.
La vivencia personal y profesional con esta empresa transcurrió a lo largo de no menos de diez años y en ella pude ver la evolución de la persona a la que el padre cedió el testigo, resultando curioso observar en los otros aquello por lo que tú has transitado con anterioridad: como los errores vuelven a repetirse una y otra vez.
Sentir en carne propia el cambio brusco de pasar de un «Gracias por haberme puesto faros y caminos donde en ocasiones solo veía oscuridad, y deseo que sigamos construyendo el futuro», a un «No cuento contigo» en apenas un mes escaso y sin que medie situación o razón que lo justifique, me hizo sacar de mí la referencia interna sobre la cual sostenerme. Con «referencia interna» me refiero a no depender de ser bueno o malo solo en función del criterio del otro. La vida es continuo cambio y este era uno que venía a constatar lo efímero de las situaciones. De ahí que la referencia interna que guía la actuación de una persona, a veces, es lo único que se tiene para sustentarse ante las situaciones ambiguas y cambiantes.
Pienso que el cliente debe reclamar tus servicios por lo que uno es, no por lo que aparenta. Cuando lo hace por lo segundo, suelen ser personas con falta de honor, lealtad y compromiso, por eso el refrán que dice «Mide a una persona por cómo te trata cuando ya no te necesita y no por cómo lo hace cuando te necesita» retrata a las claras esta tipología de comportamientos.
Buscador vs Trovatore: dos formas de afrontar el desarrollo personal
A lo largo de mi experiencia vital como consultor acompañando a personas en su proceso de desarrollo, he podido observar que suelen responder a dos arquetipos claramente diferenciados. El primero de ellos corresponde a lo que denomino «buscador», entendiendo como tal a aquella persona que va de seminario en seminario de formación, o bien de consultor en consultor, y que nunca acaba de encontrar la respuesta conveniente a sus necesidades. En realidad este tipo de personas suelen estar poco comprometidas consigo mismas en lo referido a su desarrollo, por lo que, a poco que el mensaje o la lección que reciben les hace ver la necesidad de un cambio en ellos mismos, abandonan la fuente y se van en busca de otra con la esperanza de que el mensaje o la lección que encuentren en ella les sea menos gravosa. Se identifican por medio de una frase que desde su inconsciente suelen pronunciar: «Pues he ido a infinidad de cursos y seminarios y no acabo de resolver el problema que tengo».
Por otra parte, existe un segundo arquetipo de persona al que denomino «trovatore», cuyo significado tiene que ver con ‘encontrador’, es decir, aquel tipo de persona comprometida realmente con su crecimiento personal y cuyo comportamiento delata la capacidad de experimentación y de interiorización de las lecciones aprendidas. Para ellos, la sabiduría tiene poco que ver con saber cosas, sino con la capacidad de aprendizaje que tienen sobre lo que les pasa, y eso conlleva el atreverse y el experimentar con las enseñanzas que la vida va poniendo a cada uno en su camino. ¿Con quién te identificas tú: buscador o trovatore?
Si te has sentido identificado en alguna parte de este relato, quizá sea el momento de dar un paso hacia un liderazgo más consciente, auténtico y alineado contigo mismo. En Crecer Talento acompañamos procesos de transformación real desde la experiencia, la humildad y el compromiso. Descubre cómo podemos ayudarte a desarrollar tu potencial a través de nuestro servicio de coaching profesional, para empresas, directivos y profesionales.